“Cuando ese último diálogo con Ramfis, ya no pudo verlo. Le habían quitado los esparadrapos, arrancándole de paso las cejas, y una voz ebria y regocijada le anunció: «Ahora vas a tener oscuridad, para que duermas rico». Sintió la aguja que perforaba sus párpados. No se movió mientras se los cosían. Le sorprendió que sellarle los ojos con hilos lo hiciera sufrir menos que los sacudones del Trono. Para entonces, había fracasado en sus dos intentos de matarse. El primero, lanzándose de cabeza con todas las fuerzas que le quedaban contra la pared del calabozo. Perdió el sentido y se ensangrentó los pelos, apenas. La segunda, estuvo cerca de conseguirlo. Encaramándose en las rejas —le habían quitado las esposas, preparándolo para una nueva sesión en El Trono— rompió la bombilla que iluminaba el calabozo. A cuatro patas, se tragó todos los vidrios, esperando que una hemorragia interna acabara con su vida. Pero el SIM tenía dos médicos en permanencia y una pequeña asistencia dotada de lo indispensable para impedir que los torturados murieran por mano propia. Lo llevaron a la enfermería, le hicieron tragar un líquido que le provocó vómitos, y le metieron una sonda para limpiarle las tripas. Lo salvaron, para que Ramfis y sus amigos pudieran seguir matándolo a poquitos.”

Mario Vargas Llosa. “La fiesta del chivo.”