Tengo que olvidarme hoy de reseñar. Hoy quiero hablar de libros bonitos, profundos, que rozan la perfección... que se quedan para siempre.

Tengo que olvidarme hoy de reseñar porque no puedo, o tal vez no quiera, contar nada de Isbrük. Lo confieso, no quiero hablar de este libro… Creo que hablando de su contenido pierde parte de su esencia. Pienso, sinceramente, que hay que enfrentarse a Isbrük sin saber, sin conocerla, como quien se enfrenta por primera vez a una ciudad desconocida sin un solo mapa en la mochila. Tan solo recorriendo sus calles, descubriéndola poco a poco.


152 páginas repletas de ideas, de sentimientos, de dolor y de muerte, y de soledad, y de más soledad, mucha más soledad. Un breve guiño a la esperanza y de nuevo soledad, más soledad, mucha más soledad. Eso es Isbrük.


Y me olvido de reseñar pero no de hablarte de Anja; la mujer que recolecta los tomates y los pone a secar al sol. Anja es la encargada de narrarnos la primera parte de la obra introduciéndonos así su historia. Sorprende al lector como David consigue meterse en la mente de una mujer. Ojo, es difícil. Ojo, es Anja, que no es una mujer cualquiera.


Penetra dentro de la naturaleza de Anja, la desentraña, la domina. Domina su pensamiento, sus cábalas, sus sentidos, su deseo y sus tristezas más profundas. Y es parte de su maestría narrativa. Domina no solo la palabra, sino lo que la palabra expresa.







"Pero, sobre todo, está la soledad. En su caso como preámbulo de locura. Quién sabe si también en el mío. Puede que el primer síntoma de su enajenación fuese secar tomates al sol"




Y esta idea de los tomates que se secan al sol, quitándoles la esencia, se hace reiterativa, y el lector, en medio de la congoja, desea que Anja no ponga a secar los tomates al sol... y no son solamente los tomates, son los niños que se derramaban por sus piernas, son los hombres pez.

Pequeñas figuras reiteradas con las que David Vicente nos presenta una ficción llena de verdad, a caballo entre el realismo mágico la realidad más cruda.



Tú estás leyendo, con esos ojos bien abiertos de quién no quiere llorar, cuando David te presenta al segundo narrador, Andreas, el hombre pez de Anja. Y algo cambia en su escritura. Algo se vuelve más tosco en la narración, más rudo, como el propio Andreas, que la quiso mucho pero no supo decírselo. Ahora quieres ser mujer pez, para estar cerquita de Andreas, para ayudarle. Abres más los ojos, no quieres llorar. Sigues leyendo y un tercer narrador ( recuerdo a Faulkner, es inevitable), y un cuarto…


Isbrük es una obra narrada por otros. Todos ellos seres solitarios que huelen a salitre u a muerte.






"Hace años que no leo. No me interesan los libros. Mi vida se ha convertido en una ficción. Me he convertido en un personaje que se arrastra por las páginas de su propia novela. Un personaje previsible, sin puntos de giro posibles. "








Y entonces piensas en Comala. Pero Isbrük no es Comala, aunque te envuelva. Te das cuenta de que solo hay una salida; avanzar, con el libro en una mano y el corazón en la otra.
Hay que descubrir Isbrük, hay que descender a ese foso, observar, participar, gritar ¡NO!
Hay que hacerlo porque David Vicente hace muy bien las cosas.
Elige un poema de Benedetti, precioso, para guiar al lector, haciéndote recorrer junto a él, con su prosa poética, los rincones de esta historia.




Escribe David tan bonito que su prosa queda anclada dentro, como si las entrañas del lector fueran su puerto.


Belleza narrativa acompañada de un dominio total de la técnica, una técnica sorprendente, depurada...


Estoy convencida de que la literatura estudiará a David Vicente. Su obra está y estará.

Leed, leed, leed, os lo digo siempre, pero das un paso más y viajad a Isbrük. Y cuando cerréis el libro decidiereis si queréis salir de Isbrük. O no…

Isbrük es la novela ganadora del Premio Novela Corta Ciudad de Barbastro 2017. Editada por Pre-textos.  Si quieres saber un poquito más del autor, sigue el link.